Almendra tendría unos siete años. Al menos eso intentaba expresar con los dedos de la mano cada vez que le preguntaban la edad.
Tenía ojos muy marrones y grandes. No dejaba de sostener una expresión como ausente, hechizada: una mirada constante (intercalada por pestañeos que venían de a pares y rápidos) y una sonrisa cómplice (de esas que no llegan a mostrar los dientes, pero que llevan a los labios a su máxima extensión).
Era de tez muy pálida. Parecía que la luz se reflejaba con más fuerza en ella. Resultaba tan clara...
Tenía el pelo marrón, muy revuelto, peinado exclusivamente por el viento. Los días eran los que decidían si tenía flequillo o no, rulos o el pelo lacio.
Almendra se llamaba... Pff...
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