sábado, 6 de agosto de 2011

Ojalá que sean azules

Yo no voy a escribir en tercera persona. Porque no puedo. Simplemente no puedo. Posiblemente mis cuentos terceristas terminarían siendo el relato de mi realidad con los nombres cambiados ("Entonces Lucinda Galila agarró al perro por la cola y...") y eso nunca está muy bueno. Creo que en mi caso sería ser hipócrita. No puedo no escribir en primera persona. Se acabó: ¡VOY A ESCRIBIR EN PRIMERA PERSONA!

Hay tantas cosas que le pasan a uno siendo uno. Imaginate siendo varios... Con uno es suficiente.

***

Yo tengo una impaciencia. Hoy me acordé que hay claramente unas voces que a uno lo siguen día y noche. Esas que no se callan y subtitulan todo lo que uno vive, pero por dentro. Que a veces gritan palabras varias veces hasta que uno realiza los actos mecánicos correspondientes para producirlas. Las que dicen las crueldades que nadie se atrevería exponer.
Yo las detecté siendo relativamente pequeña. Cuando tomé consciencia de lo que era la muerte, esas voces fueron lo único que en verdad me preocupaba perder. Me acuerdo que pensé: "Cuando uno muere, entonces, se calla todo. TODO. Hasta la voz que me está diciendo esto por dentro en este momento...".
Creo que debería haber sospechado en ese entonces que lo mío iba a ser andar expresando y comprendiendo como loca con palabras. A veces uno no termina de entender de qué lazos hay que tirar para desenvolverse hasta entrados los tiempos. Sobre todo porque a medida que transcurren los años hay capas que a uno lo van envolviendo y, me atrevería a decir, atrapando. Y a veces esos lazos no se encuentran más...

Ojalá que sean azules...