miércoles, 21 de mayo de 2008

Misterio

Almendra estaba sentada en un banco negro en un plaza. Era un día de otoño y el viento no paraba de bailar. Era por eso que le había sido inevitable caer en la convención de vestir bufanda y botitas. Exactamente por enfrente suyo pasó un señor de ojos negros, capa negra, sombrero negro y barba negra. El viento se le metía en la capa y hacía que le fuera cada vez más difícil avanzar. Pero el hombre seguía intentando caminar con su capa. Y lo terminaba haciendo...como en cámara lenta. El esfuerzo superior que hacía se le dibujaba en la frente. Almendra lo miraba con ojos bien abiertos.

Almendra estalló en risas. Como si le hubiese brotado. Así, de golpe. Y se rió tan fuerte que llamó la atención del hombre, el cual la miró profundamente con toda seriedad. Almendra no pudo sostenerle la mirada. Pero siguió riéndose, agarrándose la panza con fuerza. El hombre la miraba como ofendido, sin entenderla.

-¿De qué te reís?

-De la relación que tiene con su capa. Si tanto le molesta para caminar...¿por qué no se la saca?- dijo Almendra entre risas.

-Bueno...porque...porque...

Inevitablemente el hombre se rompió riéndose. Su mueca seria se cristalizó y estalló y en la máscara que traía debajo se encontraba una risa exageradísima. Tanto se rió que perdió el equilibrio y decidió ir a sentarse junto a Almendra.

Ella le sacó el sombrero en ese instante. El hombre, que ya lloraba de la risa, le señaló a Almendra sus zapatos. Se los sacó con delicadeza...pero con todo el ánimo de quien libera un río.

A Almendra le dolían los pómulos de tanto reír y se los sostenía con las manos, casi avergonzada. Le miró la capa. Se la señaló. Solito el hombre se la sacó. Ella se señaló la bufanda y de un segundo a otro se la desenroscó.


Los dos suspiraron al mismo tiempo cuando la risa por fin cesó. Almendra se levantó del banco de un salto. Antes de que se fuera, el hombre de negro le dijo:

-Nos estamos viendo.

A lo que Almendra frunciendo el ceño contestó:

-Qué ridículo. Por supuesto que nos estamos viendo.


Y se fue.

Almendra Me Toca El Hombro

Almendra tendría unos siete años. Al menos eso intentaba expresar con los dedos de la mano cada vez que le preguntaban la edad.
Tenía ojos muy marrones y grandes. No dejaba de sostener una expresión como ausente, hechizada: una mirada constante (intercalada por pestañeos que venían de a pares y rápidos) y una sonrisa cómplice (de esas que no llegan a mostrar los dientes, pero que llevan a los labios a su máxima extensión).
Era de tez muy pálida. Parecía que la luz se reflejaba con más fuerza en ella. Resultaba tan clara...
Tenía el pelo marrón, muy revuelto, peinado exclusivamente por el viento. Los días eran los que decidían si tenía flequillo o no, rulos o el pelo lacio.


Almendra se llamaba... Pff...

domingo, 11 de mayo de 2008

I

Se mojaba el dedo
con la lágrima.
Bah, la aplastaba íntegra
y los restos
se le adherían al dedo.
Y se chupaba el dedo.
Y se alimentaba así.
Bestia.
Vestia.
Vasta vestía.
Basta, bestia.